Emisora del IES Ágora, de Cáceres

El legado de mi tía (Premio II Certamen de Narrativa Breve IES Ágora)

Alumna: Marta López Castaño (4ºA ESO).

Docente: Nerea Saura Parra.

Música: Este segundo (Alejandro Sanz).

Duración: 8.39

Descripción del programa: La autora de ‘El legado de mi tía, relato ganador de la segunda categoría del Concurso de Narrativa de Radio Ágora, pone voz al texto.

La autora, Marta López Castaño.

II Certamen literario de narrativa del IES Ágora

Autora: Marta López Castaño (4ºA ESO).

  • Categoría: B
  • Primer premio: El legado de mi tía.

Entrar en casa de mi tía siempre me había dado miedo. Era un lugar oscuro y silencioso, con penetrante olor a canela y estaba habitado por una mujer distante y extraña.

Cuando era pequeña, después de la muerte de mi madre, pasaba horas allí indagando en todo lo que había. Recuerdo correr por el estrecho pasillo rozando la pared con las manos y entrar en cada una de las habitaciones, abría cada cajón y me probaba las ropas de los armarios. A veces, después de probarme un nuevo atuendo iba hasta el salón y le contaba a mi tía mi historia, la cual jamás era la misma.  Ella en esos momentos dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo y me escuchaba, con el rostro relajado y una sonrisa bailando en los labios.

Entrar en la casa de mi tía, era como entrar en un aventura nueva cada día. Ser un nuevo personaje y tener otra vida. Y eso me encantaba.

Recuerdo que un día me topé con una puerta cerrada, cosa que me pareció de lo más extraña ya que mi tía y yo no teníamos secretos, ella siempre había dejado que fuese a donde quisiera. Forcé la manilla, pero no cedió. Corrí hasta mi tía y le pregunte sobre esa puerta, sobre la sensación que me trasmitía, una mezcla de fascinación y curiosidad que apenas podía contener. Pero ella no me dijo nada, fue la única vez que ignoró mis preguntas. 

Los días pasaban y mi curiosidad por la puerta crecía. Había tardes en las que me sentaba delante de ella y la miraba, era la única puerta de la casa decorada y sin cristales, la madera era más oscura que del resto de puertas y toda ella parecía vibrar.

Poco a poco dejé de intentar averiguar lo que había en ella, me seguía dando curiosidad pero intentaba reprimirla, si mi tía no me lo contaba sería por algo.

Ahora, casi un año después de su muerte, me he animado a volver. Me he obligado a hacerlo. Por ley la casa es mía, o por lo menos eso era lo que decía el escueto testamento que mi tía dejo bajo la tetera, cuando lo encontraron, el té ya estaba frío. 

Todo lo que hay en la casa y ella misma me pertenecen, tengo todas y cada una de las llaves, tengo acceso a todo. Pensar en ello hace que me embargue la emoción, una emoción parecida a la que sentía cuando era niña y descubría cosas nuevas. Las llaves parecían quemar en mis manos.

Al abrir la pesaba puerta de entrada el olor a canela me golpeó con tanta intensidad que tuve que apoyarme contra la pared, me sentí abrumada ante tal cantidad de recuerdos. Me vi a mi misma corriendo por el pasillo o escondiéndome en los armarios de la cocina, me vi bailando con mi tía y disfrazándome con su ropa. Cerré la puerta sin hacer ruido, y al girarme las ganas de llorar me estremecieron. Había pasado tanto tiempo, todo se sentía tan diferente. 

Al pasar por delante del salón me pareció ver a mi tía sentada en su mecedora leyendo, pero al volver sobre mis pasos descubrí que allí no había nadie, la mecedora estaba vacía y quieta.

Seguí avanzando, rozando los muebles llenos de polvo o viendo mi reflejo en los espejos sucios. Caminé con más lentitud, observándolo todo y entonces las primeras lágrimas se desbordaron. 

“Debería haber sido más atenta.”

“Debería haberla visitado más a menudo.”

“Debería haber tenido más contacto con ella.”

“Debería haber estado aquí…”

Sacudí levente la cabeza intentando evitar más lamentaciones, ya nada podía hacer, mis lamentos no iban a retroceder el tiempo.

Al volver a la realidad me di cuenta de que mis pies me habían guiado solos, el corazón se me aceleró al ver la puerta de la habitación prohibida frente a mí. A pesar de todos los años trascurridos, la puerta de madera oscura me seguía pareciendo imponente. 

Posé una mano sobre la madera y la noté cálida, vibrante, sujeté las llaves con más fuerza mientras recorría los dibujos que la adornaban. Numerosas líneas que se superponían unas con otras hasta formar una figura misteriosa en el centro. 

Comencé a probar las llaves, y la sexta encajó; pequeña y oxidada, amarillenta y con la punta redondeada. Entraba a la perfección. La giré, escuchando cada chasquido que emitía y, después de dos giros y medio la puerta se abrió un poco, el olor a canela se intensificó. La abrí más para poder ver su interior, las manos me temblaban contra el picaporte, el corazón parecía querer salírseme del pecho.

Entré con más lentitud de lo normal, viéndolo todo con absoluto asombro, jamás hubiera imaginado lo que ahora veía. Un suspiro contenido se escapó de mis labios. 

La habitación no era demasiado grande, las paredes estaban forradas del suelo al techo con gruesas estanterías color ocre, y en sus estantes, colocadas con suma pulcritud, había un montón de preciosas muñecas de porcelana. 

Me acerqué a cada una de ellas y me perdí en la belleza de sus rostros pálidos. Presentaban una gran cantidad de detalles; como un ligero ceño fruncido, unas mejillas sonrojadas o el esbozo de una ligera sonrisa. Si las miraba con la suficiente atención parecía atisbar cierto brillo en sus ojos perlados. 

Seguí mirando, paseaba mis ojos con rapidez por cada estante para luego observarlas una a una con más detenimiento. Pronto descubrí que algunas de ellas estaban acompañadas por una fotografía. Al notarlo un escalofrío recorrió mi espalda. Las muñecas acompañadas por fotos eran réplicas de la persona que aparecía en ella, totalmente iguales. 

Me di la vuelta para salir cuando de reojo vi una muñeca que captó mi atención. Era mi madre, era exactamente tal como la recordaba. Con la misma sonrisa cansada y las arrugas alrededor de los ojos. Esos pequeños ojos me miraban tal y como ella lo hubiese hecho. Una especie de miedo inexplicable me hizo retroceder hasta salir, las miré en todo momento mientras lo hacía. 

Cerré la puerta aturdida, mis dedos descoordinados no supieron encontrar la cerradura los dos primeros intentos. Eché la llave y la separé del llavero para no perderla. Puse la mano de nuevo en la manilla, para asegurarme de que estuviera cerrada y al hacerlo note una repentina vibración, acompañada de una especie de suspiro contenido que hizo temblar la madera.

Al oírlo me quedé congelada, incapaz de moverme, la mano aun sobre el picaporte, apretándolo con demasiada fuerza. Procurando hacer el menor ruido posible me puse de rodillas y contuve la respiración mientras me acercaba al hueco de la cerradura. 

Al mirar al interior solté todo el aire de golpe, el latido acelerado de mi corazón resonaba en mis oídos, impidiéndome escuchar cualquier otra cosa. Desde el otro lado de la cerradura, unos ojos azules y brillantes se encontraron con los míos, parecían tan sorprendidos como yo. Después todo pasó demasiado rápido. 

Lo último que vi fue la expresión alarmada de la muñeca, que se apresuró a tapar el hueco de la cerradura con su cuerpo.

Lo último que oí fue el tintineo de sus extremidades de porcelana mientras volvían a colocarse en su respectivo lugar.

Autora: Paula Alonso Hermoso (1º Bachillerato. Ciencias).

  • Categoría: B
  • Segundo premio: Reflejo de un haz de luz.

 Estaba oscuro, en la penumbra y solo de esta manera, la mejor expresión de la nada y el todo simultáneos se hacían casi palpables, a la par, el hecho de desconocer qué hay, y el poder de la mente caprichosa para crear, a su antojo una realidad, en la que todo es posible, a raíz de la más pura y absoluta nada.

Un tenue, frágil y angelical haz de luz se colaba por la bóveda atravesando el cristal que hacía que se reflectase, pintando de colores, como si de un lienzo al óleo de tratase una amplia y oscura habitación de vigas de madera de nogal en el techo, y tablillas de madera en el suelo, en cuanto a las paredes, de la cual no se llegaba a vislumbrar más que un deslumbrante reflejo procedente del fondo de la misma, un reflejo, una ilusión óptica puede ser, o quizás mi imaginación me estaba jugando una mala pasada… quien sabe.

Alcé la mano tratando de alcanzarlo, pero no podía llegar a él, se escapaba entre mis dedos, algo me lo estaba impidiendo, sin saber cómo ni por qué razón me encontraba prisionera, atada de pies y manos, encerrada en aquel cuerpo, que no respondía, que no obedecía, no respondía, estaba apagado.

Levanté la vista al horizonte, fijé la mirada en un pequeño pero majestuoso colibrí que se había postrado en el alfeizar, por un momento no me sentí sola, era como si compartiese mi cadena con aquel ave de dulce cantar, al que de alguna forma estaba tratando de pedir ayuda con un grito ahogado, esperé con esperanza de que me correspondiera con un gesto, pero no hizo nada, ni tan siquiera dirigirme la mirada, creo que él no sabía que existía, para él era invisible, no podía ver que estaba ahí, tratando de escapar, escapar de no sé muy bien qué, pero salir corriendo, huir, ser libre… en definitiva volver a la normalidad, a la perfectísima normalidad, lo que sería mi mayor deseo.

Se escuchó un ruido sordo, que rompía el silencio que ese había creado en aquella estancia, ante esto, el pajarillo asustado, desplegó sus hermosas alas, y salió volando, como me habría encantado hacer a mí.

Otra vez, la soledad me hacía compañía, me di por vencida, creí que nadie sabría nunca de mi, que me quedaría ahí para siempre, quizás nadie sabía que existía, o puede incluso que no existiese.

Traté de imaginar que nada había sucedido, que todo se habría quedado en una pesadilla que terminaría al levantarme por la mañana y de la que mis amigos seguramente se reirían cuando se lo contase al día siguiente en el bar de la esquina en el que solíamos reunirnos todos los jueves desde hacía ya, casi dos meses, asique sí, rotundamente si, estaba segura, este sería el punto y final de este desagradable suceso.

Volví a abrir los ojos, estaba borroso, por lo que los entrecerré y forcé la vista tratando de reconocer algo que me confirmase que todo había pasado ya, y de aquel terrible sueño solo quedase el recuerdo, pero no fue así, por desgracia no, y no podía creerlo, era el mismo lugar, eso solo podía significar una cosa, seguía encerrada en la misma pesadilla. Había puesto tantas esperanzas en que terminaría ya todo, que una inmensa decepción me abordó.

Alcancé a distinguir una figura, se trataba de un rostro, que de alguna manera se acercaba cada vez más, me pregunté quién sería y por qué me resultaba tan familiar. A medida que se iba acercando, una siniestra fuerza me atraía hacia aquél cuerpo; era una sensación extraña, me sentía observada, la sensación de encontrarme desnuda con la ropa puesta…

No podía ser ¿Estaba imitándome? En ese momento, me di cuenta de todo lo que estaba sucediendo, pues yo era su reflejo, el cuerpo no era el mío, era el suyo, el de esa chica que observaba con cara apenada y de incertidumbre, desde el otro lado de ese viejo espejo lleno de polvo, colocado al final de la habitación y con el marco de madera pintada en blanco, ya degastado por el tiempo y corroído por la carcoma.