P124. Microrrelatos de terror

Realizados por los alumnos ayudantes:
Alberto Rodríguez (4º ESO A) y Alberto Cordón (4º ESO A).

  1. La crisálida, por Andreas

Una negligencia de Lara propició la muerte de su hijo. Se deshizo de todo lo que se lo recordara menos, sin saber por qué, del compañero de juegos de Mario, un gato pardo de ojos casi humanos que nunca se separaba de él. Así pasó el tiempo, Lara recobró la cotidianidad de su vida y apenas se fijaba en las idas y venidas del felino que, por otra parte, la observaba desde las sombras.
Lara tejía cada tarde. Dicha labor la evadía de dolorosos recuerdos. El animal, siempre al acecho, siempre vigilante, observaba fascinado los gruesos ovillos de colores; luego la miraba a ella con sus ojos casi humanos. Esa tarde hacía calor, Lara dejó la labor y se abandonó al sueño.
Cuando el marido entró en el domicilio receló del silencio reinante y, cuando se asomó a la habitación, quedó paralizado de terror: una gigantesca crisálida de colores presidía la estancia…
El gato desde un rincón contempla la escena satisfecho, con sus ojos casi humanos…

Diez microrrelatos de terror
Fuente: https://somosmalasana.eldiario.es/diez-microrrelatos-de-terror-y-suspense/

  1. Desconcierto en 00:81, por Simón Bleu

Daniel Martínez tiene cuarenta años y un bote de nocilla. Por las mañanas la desayuna mientras observa a los gorriones cruzar el cielo.
Gorriones al revés.
A las 18:00 la oscuridad se enciende en las bombillas del apartamento. Hace otoño, hay invierno. Unas hormigas se cuelan por su pantalón (es lunes) y le hacen cosquillas en los tobillos (estudio del dominutivo). Entonces, empieza.
Golpes a las paredes, a los relojes, estallan las copas. Quieto, estate quieto. Ahí, a cientos de años luz del lado del espejo, las cosas toman su propia forma a partir de las 18:00. Hasta la mañana siguiente. Hay peces que nadan en la alfombra. Una risa. Oscuridad. Daniel Martínez cierra los ojos a esas horas interminables que rozan sus párpados. Algo le ha tocado el pie. Un mordisco, un grito, un silencio. Una sartén cae en la cocina. Unos pasos. Unos peces. Angustia de no encontrar… ¿dónde está el interruptor?
Oye cómo alguien se sirve su vino, se abren grifos, resbalan uñas por la pared. No ve nada. Desconsolado, espera a la mañana siguiente. Voces, platos rotos.
En el lado izquierdo del espejo, D. M apaga las luces a las 18:00, y se va a trabajar.

Diez microrrelatos de terror
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  1. El disfraz perfecto, por Psitacosis
    – ¡Con diez cañones por banda…!
    – ¡Ponte el disfraz de una vez, que vamos a llegar tarde!
    – Ya casi estoy, mira. Sólo me falta el parche.
    El niño se marchó a su cuarto. Se miró con atención en el espejo, se puso el parche, y comenzó a sentirse incómodo, de manera que terminó por quitárselo. Se miró el ojo derecho con detalle, primero lejos del espejo y luego tan cerca que no lo distinguía. Notó que le faltaba algo importante. Sonaron sus pasos apresurados por la tarima.
    Acercó la mano al bote del escritorio: unas tijeras, un punzón, una grapadora, lápices de puntas afiladas… Su madre gritó:
    – ¿Quieres darte prisa de una vez?
    Eligió el punzón apresuradamente y lo clavó con tanta fuerza y decisión como le fue posible. Un grito ahogado. Silencio. La mujer subió y lo encontró sentado frente al espejo, con el punzón en la mano y el parche en el ojo. Había sangre por todo el escritorio.
    – ¡Dios santo! ¿Pero qué has hecho?
    – El loro no se quedaba quieto en mi hombro.

Diez microrrelatos de terror
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  1. Miedo, por Hogdson

Pensé que, tras pasar interminables años recorriendo estos pasillos, sabía todo lo que hay que saber de mi oficio. Me equivoqué. Creí que no existía ni un solo rincón que no hubiera explorado una y mil veces; que no habría nada que escapase a mi control. Y por ello, me sentía amo y señor de todo lo que hubiese entre estas paredes. De hecho, la oscuridad era mía, la perpetua soledad… incluso el aire viciado y la humedad de catacumba eran mías también. El frío era frío no porque se filtrara por la grieta, sino aquello que dejaba la gélida estela de mis pasos. Y es que los fantasmas somos de condición huraña, y terriblemente celosos de nuestra causa y secreto encierro. Pero ahora, siento que estos sótanos de silencio ya no me pertenecen del todo. Un silencio sólo roto por el sempiterno repiqueteo del agua que se escurre… pero que ahora, cada cierto tiempo, me regresa el eco de otros pasos furtivos. Quién es, de dónde, y cómo vino, no puedo saberlo ni comprenderlo. Porque lo creo imposible. Y aunque no pueda ser, me hace sentir cosas que obviamente ya había olvidado. ¿Acaso esto es miedo?

Diez microrrelatos de terror
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  1. Branquias, por Jesito Weaver

Fue a mediados de julio, en una noche de suave brisa, de esas que aligeran los calores acumulados durante el día. Los mayores agradecían la tregua saliendo a la calle, disfrutando del fresco que la canícula les había negado hasta entonces. Aprovechaban también para ponerse al día sobre los últimos acontecimientos, casi siempre sobre el desarrollo de los trabajos en el mar y otros asuntos de poca importancia.
El aullido se escuchó en todo el pueblo. Los vecinos de la zona más alejadas del puerto dijeron haberlo oído nítidamente.
Fueron pocos los que se atrevieron a acercarse a las inmediaciones del muelle y ninguno de ellos ha vuelto a ser el mismo. Los mejor parados continúan con sus insignificantes vidas como pueden: solos, sin apenas relación con los vecinos, como en un estado de letargo que cada vez parece más profundo. Suelen usar pañuelos para esconder sus branquias.
De los primeros en llegar al embarcadero donde se encontró el cuerpo no ha vuelto a saberse nada. Hay quien dice que saltaron al agua, atraídos por algo de lo que casi nadie quiere hablar. Otros, los más incautos, se aventuran a pronunciar un nombre. “Fue Cthulhu,” dicen.

Diez microrrelatos de terror
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