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Una tarde de verano regresé al pueblo de mi niñez, aquel pueblo en el que pasé años maravillosos. Pero estaba tan cambiado ahora… Sentí pena por lo que se había perdido. La casa en la que crecí no estaba, literalmente. Acudí al ayuntamiento y me informaron de que unos años atrás había habido un incendio terrible; sentí que todos mis recuerdos se fueron en ese humo.

Iker Donoso, 1ESO E

Uno de esos recuerdos ocurrió en el jardín que había en aquella casa. Fue en mi quinto cumpleaños, me regalaron un perrito, al que llamé Clifford, por la caricatura “Clifford, el gran perro rojo” al cual me hizo muy feliz verlo en la televisión en esos tiempos; Al salir del ayuntamiento me encontré a una vieja amiga, llamada Olivia, aunque a ella le gustaba que le dijeran Liv; la saludé con un cálido abrazo y nos sentamos en una terraza cerca de la plaza donde jugábamos. Estuvimos hablando de todo lo que hacíamos de pequeñas y de cómo nos iba ahora. Ella ya está casada y tiene dos hijas, le iba muy bien, sin duda. Tiene una gran casa, un gran trabajo, una gran familia, etc. Me alegré de haberla visto, nos despedimos y seguí con mi visita por el pueblo, cada vez echaba más de menos esos tiempos… las calles en las que solía correr con los amigos que tenía.

Noelia López Burga 1 ESO E

Mientras paseaba por las desérticas calles, me imaginaba a aquella pequeña niña con mofletes rosados que era. Recordé una fatídica tarde del 27 de agosto de 1999, cuando faltaban escasos meses para mi octavo cumpleaños. La historia transcurría en la calle en la que me encontraba. Era una de las pocas cosas que no había cambiado en el pueblo.

Recuerdo perfectamente que estaba jugando a las canicas con Liv. Clifford estaba mordisqueando una rama de naranjo detrás de nosotros, cuando una nube tapó el cielo de la calurosa tarde y, tras unos minutos de oscuridad, empezó a llover. Salimos corriendo, metiéndonos las canicas en nuestros bolsillos, tan rápido que perdimos la mitad. La tierra, ahora barro, nos salpicaba y nos hacía resbalar, hasta que llegamos al final de la calle. Cuando Clifford, que todavía no había soltado la rama, resbaló y esta le atravesó la garganta.

Aquel fue el peor día de mi vida.

Candela Valera López, 1ESO F

Cuando volví a la plaza del pueblo lo único que no había cambiado era el antiguo quiosco de mis abuelos, al que íbamos mis amigos y yo a comprar las chuches. Estaba cerrado ya que cuando se jubilaron nadie se quiso hacer cargo de él. Ahora lo que hay en la plaza es un pequeño bar que abrieron los padres de mi mejor amigo Carlos. El bar era el más transitado por los turistas que visitaban el pueblo. Al primero que vi cuando entré en aquel bar fue a mi viejo amigo Carlos; cuando me vio, me dio una cálida bienvenida. Él ya sabía que iba a ir, ya que todos estos años nos mantuvimos en contacto, y cuando planee volver unos días de vacaciones y se lo comenté, se alegró muchísimo de que volviera aunque fuera por un corto tiempo.

A las seis de la tarde quedé con Liv y Carlos en el parque en el que solíamos jugar todos los niños del pueblo, me llevé un termo con café y unos vasos y allí pasamos la tarde hablando de la vez que mi madre me quería regañar por romper su jarrón favorito y ellos me cubrieron mientras me escondía entre los arbustos.

Ainara Lobo Cuevas, 3C

Ese día gracias a ellos no me castigó mi madre: LIv y Carlos dijeron que estábamos los tres juntos en el salón e intentó entrar un gato por la ventana, nosotros nos asustamos, quisimos echarlo y, sin querer, del alboroto le dimos al jarrón. Cuando se lo contaron mi madre les echó una mirada fulminadora, mientras que preguntaba dónde estaba. No tenía pinta de habérselo tragado. Pero lo que ella nunca supo fue la historia de verdad: un día estábamos en casa y empezamos a jugar con una pelota, la cual tantas veces me había dicho mi madre que ni jugase en casa ni metiese la pelota, que la quedase mejor en el jardín. Ese día no hice caso y, sin querer, al lanzarla le di al jarrón.

Mientras recordábamos todas las aventuras que hacíamos de pequeños, nos fijamos en un árbol que tenía pinta de ser muy muy viejo, ¡Era nuestro árbol, al cual le habíamos puesto una rueda en una rama! Obsevándolo bien me di cuenta de que todavía en la corteza seguían las iniciales que pusimos aquel día…

Elena Palacios Sánchez, 4C

Me acuerdo de todas las veces que jugamos con esa rueda: montándonos, lanzándola… Y también del día que se cayó y casi le da a Liv; menos mal que se apartó.

Entre risas recordamos al abuelo de Carlos, el cual se llamaba Juan. Juan era una persona excelente, siempre podíamos jugar en su jardín mientras que nos ponía música.

Un día, Juan nos contó un cuento llamado: “La damisela en apuros”. Juan, en su vida pasada, había sido actor de teatro y humorista en el bar del pueblo el cual tenía un escenario, por lo que decidimos representar el cuento en el mismo bar cuando solo teníamos 9 años.

El pobre señor Juan murió cuando teníamos 12 años, era ya muy mayor y tenía una enfermedad grave.

También recordamos a la abuela de Liv, María, la cual hacía la mejor tarta de manzanas del mundo. Ella nos dejó ir a dormir un día a su casa, que era muy grande; tenía 3 plantas con un baño en cada una, 2 jardines y un salón enorme en el cual se podían ver películas en formato VHS. En ese salón vi mi película favorita: “El Rey León”; lloré mucho con esa película y sigo llorando a día de hoy.

Después de muchas horas hablando y compartiendo recuerdos, era el momento de irse, se hacía tarde y mañana tenía que ir a trabajar.

Miguel Llanos Bazo, 4G

Al día siguiente me levanté y como de costumbre me fui a duchar, a hacer mi cama ya tomar mi café con dos de azúcar que tan bien sienta a comienzo de mañana. Mientras desayunaba, me puse a ver la televisión para que así se hiciera más ameno el café, pero cuando vi la hora rápidamente me angustié ya que eran las 7:47 y yo entraba a las 8:00 y de mi casa al trabajo se tardaban 28 minutos; escribí rápido a mi compañera Paula por si podía picar por mí, pero Paula no contestaba. Cuando fui a coger el coche, escuché un fuerte ruido doblando la esquina, me asomé y vi como una silueta de lo que parecía ser un hombre, pero parecía un hombre muy peculiar, era como un sátiro, me asusté mucho y rápidamente llamé a Liv. Le conté todo lo que había visto pero se empezó a reír, le aseguré que no era ninguna broma, le pedí si nos podíamos reunir, ya que estaba asustado y aterrorizado por lo que había visto, me dijo que sí que dejaba a los niños y venía a casa. Cuando Liv llegó, me puse a contarle con más detalle lo que vi, entonces se escuchó otro ruido y para mi era el mismo ruido que había oído la anterior vez que vi la silueta, le dije a Liv que se asomara para ver qué era, se asomó por la ventana y cuando entró vi que su rostro estaba muy pálido, le pregunté qué era pero no respondía, de repente me dijo:

– Vale, te creo.

En esos instantes se podía percibir un ambiente muy angustiante en la habitación que duró dos minutos hasta que me dijo:

– Acabo de ver lo que parecía un sátiro.

En ese momento yo sentí felicidad, ya que me creía, y miedo por lo que decía.

Pablo García Márquez, 4C

De un momento a otro, el sátiro o fauno, se encontraba subido a la ventana mirándonos fijamente. Liv se asustó tanto que echó a correr despavorida, mientras que yo me quedé en shock sin poder moverme. El fauno empezó a acercarse lentamente hacia mí con el brazo extendido, mi única reacción fue encogerme en el sitio esperando lo peor. Pero lo único que hizo el ser mitológico fue tocarme delicadamente un hombro. En ese momento, me vinieron a la mente una inmensidad de recuerdos. En realidad, mi verdadero nombre era Adara y no era humana, sino una ninfa, y no una cualquiera, era una de las 7 ninfas protectoras del bosque. Además, me vino a la mente que mis padres también eran seres fantásticos y se alejaron del bosque para protegerme. Cuando por fin volví a la realidad, me di cuenta de que el fauno, al que ya no veía tan aterrador, estaba llamándome. Había venido en mi búsqueda porque las otras 6 ninfas necesitaban mi ayuda para poder hacer frente a una amenaza que estaba sufriendo el bosque y la cual no conocían. No tardé ni un segundo en seguir al fauno hasta el bosque y reunirme con las demás ninfas. Ellas, felices al verme pero ansiosas a la vez, se sintieron aliviadas al ver que se unía el último eslabón para lograr la salvación de las criaturas del bosque.

Paula Guerra Lozano 1ºBachF

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